¿Cuando Recibo Yo una Revelación?

¿CUANDO RECIBO YO
UNA REVELACIÓN?
Desde el tiempo
en que Adán recibió el primer mensaje de Dios,
hasta el tiempo en que Juan,
recibió su mensaje en la isla de Patmo
o que JoséSmith vio los cielos abiertos,
siempre se necesitaron nuevas revelaciones,
adaptadas a las circunstancias particulares en que se hallaba la iglesia
o los individuos.
(John Taylor.)
No podemos salvarnos por las revelaciones recibidas por otros, ni por la justicia de otros. Las revelaciones que Adán recibió no le enseñaron a Noé cómo construir el arca; las revelaciones de Noé no le indicaron a Lot que saliera de Sodoma; ni todas ellas le mostraron a Moisés cómo liberar a los hijos de Israel de su cautiverio en Egipto; y Cristo y sus discípulos nunca dependieron de ninguna de ellas. La revelación necesita ser constante, como lo es el cambio en las circunstancias en que se encuentra el hombre. Dios es Dios de vivos, no de muertos, y habla y dirige los asuntos de los hombres actualmente con la misma facilidad que lo hizo en la antigüedad. Y como dijo Nefi.el hecho que Dios haya hablado antes, no quiere decir que no puede hablar otra.vez. (2 Nefi 29:9.)
Así como estos principio son verdaderos en relación al conocimiento que forman la doctrina de Cristo, así también son verdaderos en relación a ios testimonios individuales de sus miembros. También ellos deben encontrar sus raíces, la escencia de su fe, en la revelación personal; pues como lo enseñó José Smith, sin revelación no hay salvación (HC, 3:389.), y no es la Iglesia sino el individuo a quien Dios desea salvar.
A pesar de que los integrantes de la nación judía profesaban ser creyentes, solamente unos pocos escucharon y creyeron las palabras de Jesús. Fueron los líderes religiosos, los fariseos y los saduceos, los que enconadamente se opusieron a Cristo y sus enseñanzas. Los saduceos profesaban creer en La Tora, (conjunto de los cinco libros de Moisés), y sostenían que era absoluta, inmutable y cerrada a toda nueva interpretación. Los fariseos también aceptaban La Tora, pero le añadían su creencia en las tradiciones de sus padres. Las dos sectas rechazaban el principio de profetas vivientes y revelación continua. Para ellos los cielos estaban sellados, y se oponían vigorosamente a cualquiera que pensara diferente. Mataron a Cristo y amenazaron la vida de Sus seguidores. Esteban fue apedreado hasta la muerte bajo el pretexto de que rechazaba a Moisés, aunque su testimonio antes de morir fue que aceptaba a Cristo porque Moisés había profetizado de él. (Hechos 6:9-15; 7:1-53.)
Así es en nuestros días. Los nombres de las sectas han cambiado, pero la "guerra de palabras y tumulto de opiniones" siguen siendo las mismas. Mientras que el así llamado mundo cristiano profesa devotamente su lealtad hacia la Biblia, pocos la han leído y menos la han creído.
La Biblia no pretende ser una apología extensa, exhaustiva o al menos sistemática del evangelio, y no lo es. Tal como lo testificó Pablo: "...nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre..." (1 Tesalonicenses 1:5.) Todo lo que la Biblia profesa ser, es un registro de algunos de los tratos de Dios con algunos de sus hijos en
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algunas de las épocas pasadas. La esencia de su mensaje es que siempre que Dios ha tenido un pueblo con quien ha hecho convenio le comunicó su voluntad por medio de la revelación, tanto en forma personal como a través de sus profetas. Bien pudieran los modernos, que, como los saduceos de la antigüedad, tienen a la Biblia como absoluta e inmutable, recordar que las experiencias que los apóstoles compartieron con Cristo durante los tres años de su ministerio mortal, y de las que hemos recibido sólo un relato fragmentario, no fueron suficientes para convertirlos completamente. Su conversión se debió en gran medida a las enseñanzas y experiencias sagradas que compartieron con Cristo después de su resurrección, experiencias que consideraron demasiado sagradas como para compartirlas con nosotros.
¿Cómo podemos entonces convertirnos por medio de un registro parcial de las experiencias que no convirtieron a los apóstoles?
Uno de los principales creyentes de la Biblia en nuestros tiempos, que escuchó y respondió a su mensaje, fue José Smith. Pronto supo que "los maestros religiosos de las diferentes sectas interpretaban los mismos pasajes de las Escrituras de un modo tan distinto que destruía toda esperanza de resolver el problema recurriendo a la Biblia". Al tratar de resolver esas dificultades, llegó en sus lecturas al libro de Santiago, primer capítulo y quinto versículo: "Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada."
"Finalmente", dijo, "llegué a la conclusión de que tendría que permanecer en tinieblas y confusión, o de lo contrario, hacer lo que Santiago aconsejaba, esto es, recurrir a Dios." (JS-Historia 10-13.) José Smith acudió a Dios y, a pesar de las protestas de los saduceos y fariseos modernos, descubrió que los cielos podían abrirse. Fiel a su promesa, Dios respondió al joven José, como declaró que lo haría con cualquier hombre que lo pidiera.
"La voz del Señor habla hasta los extremos de la Tierra, para que oigan todos los que quieran oír..." (D. y C. 1:11.) Se promete que "el que tuviere fe para oír, oirá". (D. y C. 42:50.) La habilidad para oír y así recibir, es un proceso continuo. "El que recibe luz", dijo el Señor, "y persevera en Dios, recibe más luz, y esa luz aumenta más y más en resplandor hasta el día perfecto". (D. y C. 50:24.) "Pues a quien reciba, le daré más; y a los que digan: Tenemos bastante, les será quitado aun lo que tuvieren." (2 Nefi 28:30.)
Las formas en que se recibe revelación son innumerables. No está en nosotros el poner límites a los cielos y especificar cómo y cuándo puede Dios comunicarnos su voluntad. Las formas más comunes en que se recibe la revelación incluyen tanto la palabra hablada como la inaudible, visitas de ángeles, sueños, visiones, ráfagas de ideas, impulsos, y sentimientos de certeza que vienen del Espíritu Santo.
Elias experimentó varias formas de revelación, al huir al desierto para escaparse de la orden de matarlo que Jezabel había dado. Sostenido por la ayuda de un ángel, viajó y se alojó en una cueva del Monte Horeb. Allí le habló el Señor directamente, diciéndole: "¿Qué haces aquí, Elias?" Elias le explicó su aprieto, y se le mandó que saliera y se pusiera "en el monte delante de Jehová. Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado". (I Reyes 19:11, 12.)
El huracán, el terremoto, los relámpagos, fueron todos señales o manifestaciones del poder de Dios, pero en ninguna se reveló tan completamente, tan convincentemente, como en la caima apacible que siguió a la tempestad, pues como le dijo a Oliverio Cowdery: "¿No hable paz a tu mente...? ¿Qué mayor testimonio puedes tener...?" (D. y C. 6:23.)
Incluso aquellos que han percibido la voz de Dios en forma audible, han necesitado hacer esfuerzos para oír y comprender. Al recordar el relato de la aparición de Cristo a los habitantes justos del continente americano, vemos que las primeras dos veces que el pueblo oyó la voz del Padre 33
presentando al Hijo, "no !a entendieron". Fue hasta la tercera vez que el Padre les habló, que "aplicaron el oído para escucharla".
En la descripción de la voz, se nos dice que no era "una voz fuerte; no obstante, y a pesar de ser una voz suave...les penetró hasta el alma misma, e hizo arder sus corazones". (3 Nefi 11:3-6.)
Tal es la voz que uno oye al leer las Escrituras bajo la guía del Espíritu. La experiencia de José Smith cuando leyó la promesa de Santiago de que Dios daría al que pidiera, es una ilustración clásica de este principio. El dijo: "Ningún pasaje de las Escrituras jamás penetró el corazón de un hombre con más fuerza que éste en esta ocasión, el mío. Pareció introducirse con inmenso poder en cada fibra de mi corazón. Lo medité repetidas veces..." (JS-Historia 12.) Todo el que ha leído las Escrituras con sinceridad, ha experimentado hasta cierto grado los mismos sentimientos. Un pensamiento, una idea, una expresión, llega hasta el alma y le hace sentir un fuego interior. Una y otra vez vuelve el mismo pensamiento, como si una fuerza invisible lo metiera hasta el fondo del alma. En una revelación dada a ¡os Doce Apóstoles, el Señor dijo: "Estas palabras no son de hombres, ni de hombre, sino mías; por tanto, testificaréis que son de mí, y no de hombre. Porque es mi voz que os las declara; porque os son dadas por mi Espíritu, y por mi poder las podéis leer los unos a los otros; y si no fuera por mi poder, no podríais tenerlas. Por tanto, podéis testificar que habéis oído mi voz y que conocéis mis palabras." (D. y C. 18:34-36.) De modo significativo, el Señor dijo a los Doce que podían testificar de haber oído su voz al leer sus palabras, si lo hacían bajo la guía de su Espíritu. Esa revelación se recibió en 1829, unos seis años antes del llamamiento de los Doce. Así aprendemos que lo que nos califica para testificar que hemos oído la voz del Señor no es precisamente cuándo la revelación, fue dada sino cómo la hemos leído. Siendo que todos los principios de salvación que se aplican a los Doce, se aplican también a los miembros de la Iglesia, todos los que leen bajo la guía del Espíritu son herederos de esa promesa.
Tengo un vivo recuerdo de una reunión misional en la que un apóstol se puso de pie y dijo: "El Espíritu Santo está presente en esta reunión." Entonces dio instrucciones a cada uno de nosotros de que escribiéramos a nuestros padres y les dijéramos que habíamos estado en la presencia del Espíritu. Aunque sentimos el Espíritu en la reunión, pocos de nosotros como jóvenes misioneros nos dábamos cuenta de que en realidad estábamos en la presencia del Espíritu Santo. E! Presidente Harold B. Lee dijo: "Una persona no está verdaderamente convertida hasta que haya visto el poder de Dios sobre los líderes de esta Iglesia, y hasta que a él mismo el espíritu le llegue a su corazón como un fuego." (CR, abril de 1972, p. 118.)
Sucede muy a menudo que sentimos ese fuego sin identificar su origen y propósito.
Cuando se le informó a Moisés que dos varones estaban profetizando en el campamento de Israel, uno de los jóvenes ayudantes del profeta le habló y dijo: "Señor mío Moisés, impídelos." A lo que Moisés respondió: "¿Tienes tú celos por mí? Ojalá todo el pueblo de Jehová fuese profeta, y que Jehová pusiera su espíritu sobre ellos." (Números 11:28, 29.) En todas las dispensaciones ha sido el deseo del Señor que la Iglesia de Jesucristo sea un "reino de sacerdotes" (Éxodo 19:6), o como lo dijo a José Smith, "que todo hombre pueda hablar en el nombre de Dios el Señor, el Salvador del mundo..." (D. y C. 1:20.)
La estructura de la Iglesia es tal que continuamente somos llamados a instruirnos, inspirarnos, aconsejarnos y bendecirnos el uno al otro. Al hacerlo, nos convertimos en un medio para que sea escuchada la voz del Señor. La interdependencia espiritual está asociada con los dones espirituales, ya que, como lo declaran las Escrituras, "no a todos se da cada uno de los dones; pues hay muchos dones, y a todo hombre le es dado un don por el Espíritu de Dios. A algunos les es dado uno y a otros otro, para que así todos se beneficien". (D. y C. 46:11, 12.) Hay un gran número de dones. Algunos hermanos tienen una capacidad maravillosa para dar testimonio de que Jesús es el Cristo o que José Smith fue un profeta. Lo hacen con mayor poder y efecto que los demás miembros de la Iglesia en general, y pueden, por el poder de su testimonio, elevar el nivel espiritual de una reunión. Otros tienen 34
un don especial para enseñar o predicar. Todos estarán de acuerdo en que no todo fiel Santo de los Últimos Días es un maestro inspirador o predicador talentoso. Mientras que algunos tienen el don de conocimiento, otros tienen el don de sabiduría. Los demás constantemente acuden a esas personas, en busca de consejo o ayuda. Hay otros que tienen el don de sanar, de juicio, de exhortación, profecía, ver ángeles, discernir espíritus, etc.
Estos dones son parte de la herencia natural de la casa de fe. Entran en acción entre los miembros fieles y activos de la Iglesia. Mediante el uso de esos dones podemos alentamos, iluminarnos e inspirarnos el uno al otro. La operación y manifestación de uno o varios de los dones en nuestra vida, es evidencia de que el curso que seguimos en la vida es aprobado por el Señor, que nuestros pecados han sido perdonados, y que el Espíritu Santo es nuestro compañero.
Dios tiene un interés personal en cada uno de nosotros pero, como hizo notar el Presidente Kimball, "es regularmente a través de otras personas que El satisface nuestras necesidades". (Ensign, diciembre de 1974, p. 5.) Por eso, explicó el Presidente, es tan importante que seamos activos en la Iglesia, pues por medio de esa actividad recibimos y también ayudamos a otros a recibir la guía del Señor. Sea que la guía que necesitamos venga por voz del Señor mismo o por voz de uno de sus siervos, se nos ha dicho que "es lo mismo". (D. y Ó. 1:38.)
Entre los fieles Santos de los Últimos Días son comunes las experiencias en las que han recibido ayuda para realizar cosas que están más allá de sus habilidades naturales. Ese tipo de experiencias constituye una de las formas de revelación más frecuentes. El Presidente Heber J. Grant nos proporciona un ejemplo clásico de una de esas experiencias. Durante una reunión en el Tabernáculo de Lago Salado, vio que entre la congregación se hallaba su hermano, quien nunca había mostrado gran interés en la Iglesia y sí mucha indiferencia. El Eider Grant inclinó su cabeza y oró, pidiendo que si lo llamaban a tomar la palabra, pudiera tener el espíritu de revelación de tal manera que pudiera tocar el corazón de su hermano, y que se hiciera de tal modo que su hermano tuviera que reconocer que había predicado por encima de su habilidad natural, y que había sido inspirado por el Señor. El Eider Grant dijo: "Me di cuenta que si él reconocía esas cosas, yo podría hacerle ver que Dios le había dado un testimonio de la divinidad de esta obra."
El Eider Grant fue invitado a tomar la palabra, y lo hizo con gran poder. Al terminar sus palabras, el Presidente Angus M. Cannon, quien estaba dirigiendo la reunión, pidió que George Q. Cannon ocupara el tiempo que quedaba. George Q. Cannon contestó que no deseaba hablar. El hermano Angus no quiso aceptar su negativa. Por fin, George Q. Cannon accedió y se dirigió al estrado, y dijo en esencia: "Hay ocasiones que el Señor Todopoderoso inspira a un orador por medio de las revelaciones de su Espíritu, y lo bendice tan abundantemente con su inspiración, que es un error que alguien tome la palabra después de él. Hoy ha sido una de esas ocasiones, y deseo que esta reunión se termine sin comentarios adicionales", y se sentó.
Continuando con su relato, Heber J. Grant añadió: "A la mañana siguiente, mi hermano vino a mi oficina y me dijo: 'Heber, ayer estuve en una de las reuniones y te oí predicar'.
Yo le dije: 'Me imagino que es la primera vez que oyes predicar a tu hermano'.
'No', dijo él, 'te he oído muchas veces'.
Y le contesté: 'Nunca antes te vi en una reunión'.
'No', me dijo, 'regularmente llego tarde y me siento en la galería; y muchas veces me salgo antes de que termine la reunión. Pero nunca habías hablado como lo hiciste ayer. Predicaste por encima de tu habilidad natural. Fuiste inspirado por el Señor'. Sus palabras eran idénticas a las que yo había dicho en mi oración el día anterior...
Le pregunté: '¿Sobre qué prediqué ayer?'
Contestó: 'Sabes bien sobre qué predicaste'.
Le dije: 'Bien, dímeio tú'.
'Predicaste sobre la misión divina del profeta José Smith'.
Entonces le dije: 'Y fui inspirado por encima de mi habilidad natural; y nunca había hablado —
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de las veces que me has oído— como lo hice ayer. ¿Esperas que el Señor tome un garrote y te dé con él? ¿Qué mayor testimonio quieres del evangelio de Jesucristo que un hombre hablando por encima de sus habilidades, inspirado por Dios, mientras testifica de la misión divina del profeta José Smith?' Al siguiente domingo me pidió que lo bautizara." (CR, octubre de 1922, p. 1 88-190.)
El testimonio crece cuando somos constantes en vivir los principios del evangelio. Es bueno que de vez en cuando se nos recuerde que si"casi" vivimos los mandamientos, "casi" recibiremos las bendiciones. Nuestros convenios con el Señor no se anulan cuando el tiempo o la temperatura cambian. Qué agradecidos debemos estar de que Dios no abandone su preocupación por nosotros durante los días festivos o las vacaciones de cada año. Pero nos ha advertido que si somos lentos en escuchar su voz, El será lento en escuchar nuestras oraciones, aun en tiempos difíciles. (D. y C. 101:7.) Y a la inversa, nos ha prometido que si dejamos que "la virtud engalane" nuestros pensamientos "incesantemente", nuestra "confianza se hará fuerte" en su presencia, el conocimiento celestial "destilará" sobre nuestras almas "como rocío del cielo", y el Espíritu Santo será nuestro compañero constante. (D. y C. 121:45, 46.)
La confianza en la presencia de Dios y las bendiciones que emanan de esa asociación, se reciben por vivir completa la ley del evangelio. Por ejemplo, las promesas que se dan a los que viven la Palabra de Sabiduría, están limitadas a los santos que viven en "obediencia a los mandamientos". (D. y C. 89:18.) Hay en el mundo muchas personas que tienen y obedecen leyes estrictas de salud, y exhiben gran sabiduría en lo que comen y beben, pero no han recibido de! Señor ninguna promesa de que "hallarán sabiduría y grandes tesoros de conocimiento, sí, tesoros escondidos; y...el ángel destructor pasará de ellos..." Esas promesas son solamente para los santos que viven en obediencia a todos los mandamientos del Señor. El Señor ha dicho: "Escudriñad diligentemente, orad siempre, sed creyentes, y todas las cosas obrarán juntamente para vuestro bien, si andáis en la rectitud", recordando siempre guardar los convenios que hemos hecho. (D. y C. 90:24.) Para quienes lo hacen, los cielos están y estarán siempre abiertos.
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