¿PUEDO SABER CON CERTEZA?

Y ocurrió que cuando oyeron esta voz,
y percibieron que no era una voz de trueno,
ni una voz de un gran ruido tumultuoso,
mas he aquí, era una voz apacible
de perfecta suavidad,
cual si hubiese sido un susurro,
y penetraba hasta el alma misma...
(Helamán 5:30.)



Hay dos principios en los que se fundamenta el contenido de este libro: primero, que podemos conocer la realidad de Dios; y segundo, que hasta cierto grado ya conocemos esa realidad, aunque estemos solo vagamente conscientes de ello. Puede que esto suene raro, pero sabemos más de lo que sabemos que sabemos. Tal como lo testificó Amulek: "...sabía concerniente a estas cosas, sin embargo, no quería reconocerlas..." (Alma 10:6.)

Fue Brigham Young quien dijo que la verdad de cada revelación existe independientemente dentro de la misma revelación. (J D 9:149) El Presidente Marión G. Romney explicó que nadie queda justificado al rechazar las enseñanzas del evangelio de Jesucristo "por el supuesto motivo de que no sabe que son verdaderas, pues todo cuanto el Señor hace o dice, lleva dentro de sí la evidencia de su veracidad; y toda persona está divinamente capacitada para hallar esa evidencia y saber por sí misma que es verdadera." (C R, abril de 1976, pp. 120, 121.) Cristo mismo lo testificó:

"Decía también a la multitud: Cuando veis la nube que sale del poniente, luego decís: Agua viene; y así sucede.

Y cuando sopla el viento del sur, decís: Hará calor; y lo hace.

¡Hipócritas! Sabéis distinguir el aspecto del cielo y de la tierra; ¿y cómo no distinguís este tiempo?

¿Y por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo?" (Lucas 12:54-57.)

Al recordarles a sus oyentes que poniendo atención a las señales podían predecir el tiempo, Jesús les preguntó por qué se negaban a discernir igualmente las señales de los tiempos. Les enseñó que aun si no podían ver las señales de los tiempos, si tan sólo prestaban atención a la luz que llevaban dentro, sabrían que El era el Mesías prometido.

En este mundo todos nacemos con la luz de Cristo. (D. y C. 84:46.) Esta luz es como una brújula personal para que podamos saber, como dijo Moroni, "con perfecto conocimiento", el curso que debemos tomar. (Moroni 7:15, 16.) Si no fuera por esa luz que se da a todos los hombres, un Dios justo no podría responsabilizarlos de sus acciones, porque el conocimiento debe preceder la responsabilidad. El hecho mismo de que Dios tiene a los hombres por responsables de sus acciones es para nosotros una evidencia de que los hombres tienen la capacidad innata de distinguir entre el bien y el mal, entre la verdad y el error. Por ejemplo, Pablo dijo que: "...los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley...mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones..."; de modo que "su conciencia" rige su conducta. (Romanos 2:14, 15.)

Todos los hombres tienen la propensión innata de adorar a Dios, aceptar la verdad y vivir rectamente; a este deseo innato se le ha llamado el Espíritu de verdad, la luz de Cristo, nuestra conciencia, o como lo llamó el Presidente Kimball, "una Liahona personal". (C R, octubre de 1976, pp. 116, 117.) El propósito de ese deseo innato es acercar a los hombres cada vez más a la fuente de la luz. Si lo hacen, son guiados al mensaje del evangelio, y a la aceptación del nuevo y sempiterno convenio. (D. C. 84:46-48.)

Ampliando este principio, Brigham Young dijo:

"Ni por un momento creo que ha habido un hombre o mujer sobre la faz de la Tierra, desde los días de Adán hasta hoy, que no haya sido iluminado, instruido y enseñado por las revelaciones de Jesucristo. ¿Aun el pagano ignorante? Sí, todo ser humano de mente sana. Estoy lejos de creer que a los hijos de los hombres se les ha rehusado el privilegio de recibir el Espíritu del Señor para distinguir la verdad del error. Sin importar cuales fueron las tradiciones de sus padres, aquellos que fueron honrados ante el Señor, y vivieron rectamente, según el mejor conocimiento que tuvieron, podrán entrar al reino de Dios. Creo que los hijos e hijas de Adán tuvieron ese privilegio, y de ellos descendió, hasta todas las generaciones." (J D 2:139.)

Si por conversión entendemos el adoptar o aceptar nuevas ideas o creencias, hay relativamente pocos conversos dentro de la Iglesia. Muchos se han convertido en el sentido de volverse a la rectitud y la fe, pero comparativamente pocos afirman haber cambiado en sus puntos de vista personales o ideologías. Su experiencia se describe mejor como un despertar de los recuerdos del espíritu. Su así llamada conversión no consiste tanto en cambiar, sino en reconocer o clarificar los sentimientos que siempre tuvieron.
Pocas personas, por ejemplo, ven a Dios como una esencia gaseosa que llena la inmensidad del espacio, aunque así lo han definido los credos religiosos. Cuando los misioneros predican a un Dios que es un Ser personal, que tiene un cuerpo, partes y pasiones; que es un Padre amoroso a cuya imagen fuimos creados literalmente, quienes los escuchan responden invariablemente: "Siempre he creído eso." Y efectivamente lo han creído, aunque difiera radicalmente del dogma de sus iglesias.
Es significativo que en nuestras lecciones misionales damos por hecho la existencia de Dios. Y podríamos preguntarnos, que justificación existe para que hagamos eso, cuando esa creencia es el fundamento de todo lo que enseñamos. La respuesta es sencilla: dentro de toda alma está el conocimiento innato de que Dios vive. Todos tuvimos ese conocimiento antes de esta vida, y aunque nuestros recuerdos se han obscurecido al nacer, ese conocimiento y esos sentimientos son herencia natural de toda alma que viene a este mundo.
Algunos de los primeros miembros de la Iglesia notaban enseguida las imperfecciones de José Smith, y por ello dudaban de su llamamiento profético. El Profeta había tenido una educación formal muy limitada, y varios de sus seguidores mejor educados se creían mejor calificados que él para expresar en forma escrita las revelaciones. El Señor, que conoce el corazón y la mente de los hombres, habló a los que se pensaban sabios, y les dijo: "Vuestros ojos han estado sobre mi siervo José Smith, hijo; y su lenguaje y sus imperfecciones habéis conocido, y en vuestro corazón habéis procurado conocimiento para poder expresaros en lenguaje superior al suyo. Esto también lo sabéis." El Señor ¡os desafió entonces a buscar la menor de las revelaciones dadas a José Smith, y nombrar al más sabio de entre ellos para que escribiera una igual. Y haciendo más extenso el desafío, el Señor invitó a que cualquiera de ellos que pensara que podía "hacer una semejante", lo hiciera. Si podían hacerlo, el Señor dijo que entonces quedarían justificados al decir que no sabían que las revelaciones eran verdaderas. Pero si no podían, estaban bajo condenación si no testificaban de la veracidad de las revelaciones recibidas por medio de José Smith. (D. C. 67:6-8.)
El Señor no ha revocado el desafío. Hoy día, cualquier persona que dude del llamamiento profético de José Smith, el Profeta, (o ponga en tela de juicio su propio testimonio de José Smith) está invitado a igualar sus obras, con la promesa del Señor de que si puede hacerlo, queda justificado en retener sus dudas. Mas si no puede igualar las obras del profeta-escritor más prolífico del mundo, entonces está bajo condenación si no testifica de la veracidad de estas cosas.
No es casualidad que al dar testimonio, casi siempre el Espíritu del Señor desciende sobre la persona, confirmándole que sus palabras son verdaderas. Así como la flor nace de la semilla, del 6
testificar emana un testimonio. Brigham Young ilustró ese principio con el siguiente relato:
Una vez un hermano, recientemente bautizado, se encontraba de paso en una ciudad. Cuando se dieron cuenta que era mormón le pidieron que predicara y que les contara del profeta. Este hermano, aunque conocía personalmente a José Smith, no tenía todavía la convición de que era un profeta. En esa reunión, que estaba llena de gente ansiosa de oir al mormón, este hermano se sintió acorralado. ¿ qué iba a decir de José Smith? Pensó en solo decir una oración y sentarse, porque no estaba seguro que podía decir que José Smith era un profeta. La situación era para él como estar frente a un león a quien ni podía rodear ni brincar y lo único era hacerle frente. No podía mencionar a José Smith sin decir si era o no era un profeta. Tan pronto como logró decir "José", lo que le siguió fue: "es un profeta"; y a partir de ese momento se desató su lengua, y siguió hablando casi hasta el anochecer. El Señor derrama su Espíritu sobre el hombre que testifica lo que el Señor le da que testifique. Desde ese día, ese hermano jamás tuvo dificultad en decir que José era un profeta." (J D 6:280.)
El Señor les ha hablado a muchos que no han oído. La historia de la conversión de Oliverio Cowdery es una ilustración interesante de este principio. Mientras era maestro en la escuela de Palmyra, se enteró de la obra de traducción en la que José estaba ocupado en ese tiempo. Para entonces, José y su esposa Emma se habían visto forzados a huir a Harmony, Pensilvania, para poder escapar de los intentos frecuentes de interrumpir la obra y robarle las planchas.
Al enterarse del asunto, Oliverio empezó a reflexionar en él. Sintió la impresión de que tendría el privilegio de escribir para José, y finalmente se decidió a ir a Harmony y ofrecerle sus servicios. (History of Joseph Smith, by His Mother, p. 139.) El ofrecimiento de ayuda fue aceptado con gratitud de parte de José Smlth, y unos días después de su llegada, Oliverio ya estaba escribiendo las palabras del Profeta. A petición de Oliverio, José le preguntó al Señor sobre él. En respuesta, el Señor dijo: "...bendito eres por lo que has hecho; porque me has consultado, y he aquí, cuantas veces ¡o has hecho, has recibido instrucción de mi Espíritu." (D. y C. 6:14.)
Así fue que Oliverio recibió una revelación, ¡ cuyo propósito principal era asegurarle que ya había estado recibiendo revelación! Como evidencia de que él había seguido las indicaciones del Espíritu, la revelación dice: "De lo contrario, no habrías llegado al lugar donde ahora estás."
Oliverio había obedecido los susurros del Espíritu, sin darse cuenta. A manera de explicación adicional, el Señor dijo: "...tú sabes que me has preguntado, y yo te iluminé la mente; y ahora te digo estas cosas para que sepas que te ha iluminado el Espíritu de verdad..." (D. y C. 6: 15.) Y para que Oliverio quedara sin motivos para dudar de esta revelación, e¡ Señor continuó: "De cierto, de cierto te digo: Si deseas más testimonio, piensa en la noche que me imploraste en tu corazón, a fin de poder saber tocante a la verdad de estas cosas. ¿No hablé paz a tu mente en cuanto al asunto?" Y para mayor claridad, el Señor le preguntó: "¿Qué mayor testimonio puedes tener que es de Dios?" Ai hacer referencia a esa ocasión que sólo Oliverio conocía, en que fervientemente buscó ai Señor en oración secreta, y fue envuelto en un espíritu de paz, el Señor le estaba afirmando a Oliverio que José Smith realmente era su portavoz, pues José no pudo haber sabido de esas cosas, excepto por revelación. De ese modo Oliverio obtuvo la seguridad de que sus oraciones habían sido contestadas.
Al igual que Oliverio Cowdery, muchos de nosotros deseamos alguna especie de manifestación celestial que nos confirme que el camino que hemos tomado es aprobado por el Señor. Como en el caso de Oliverio, el Señor ya ha hablado paz a nuestras mentes, ha iluminado nuestras almas, y nos ha guiado al lugar en que ahora estamos, sin que estemos plenamente conscientes de ello.
Aun cuando el evangelio es enseñado por un buen maestro, muchos rehusan reconocer los susurros del Espíritu. Un ejemplo excelente de eso se da en el relato de Lucas sobre los dos hombres que iban de Jerusalén a Emaús. Mientras viajaban una distancia de unos doce o trece kilómetros, los dos discípulos iban conversando sobre el ministerio de Cristo, su crucifixión y los informes de su resurrección. Mientras hablaban, "Jesús mismo se acercó, y caminaba con ellos," Reteniendo su gloria dentro de sí, para que no lo reconociesen mientras iba con ellos, "comenzando desde Moisés, y 7
siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de El decían." (Lucas 24:13-27.)
Imaginemos qué experiencia tan extraordinaria debe haber sido: tener a Dios mismo, el autor de ¡as Escrituras, como maestro personal. Ningún par de hombres ha tenido jamás un maestro más capacitado o competente. Aun así, mientras El les enseñaba, ellos no de daban cuenta de la magnitud de su experiencia. Fue hasta el final de la jornada, cuando se sentaron a comer y Cristo partió el pan y lo bendijo, que "les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron". Hasta entonces voltearon a verse el uno al otro, diciendo: "¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?" (Lucas 24:31, 32.)
Como sucede a menudo, para esos discípulos el recapacitar el pasado era considerablemente más fácil que entender el presente. Su experiencia en el camino a Emaús fue tan natural que no percibieron las calladas y discretas operaciones del Espíritu. Podría decirse de ellos lo que Cristo dijo de los lamanitas convertidos por Ammón y sus hermanos: fueron "bautizados con fuego y con el Espíritu Santo.,.y no lo supieron." (3 Nefi 9:20.)
Las Escrituras se refieren al conocimiento de las cosas de Dios como "tesoros escondidos". (D. y C. 89:19.) Implícitos en esta frase hay dos conceptos: primero, las cosas del Espíritu no son aparentes a simple vista, sino que están escondidas para los que no desean buscarlas; y segundo, una vez que se encuentran, son de gran valor.
Pablo usó la expresión "sabiduría oculta" para describir el evangelio de Jesucristo. (1 Corintios 2:7.) Los principios del evangelio, explicó, no pueden conocerse y comprenderse en la misma manera que obtenemos el conocimiento de ¡as cosas terrenales o mundanas. El conocimiento de las cosas espirituales sólo puede enseñarse y aprenderse por medio del Espíritu. "Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios", dijo Pablo, "porque para él son locura, y no ¡as puede entender, porque se han de discernir espiritualmente." (1 Corintios 2:14.)
Se necesita un gran esfuerzo para lograr fluidez en el lenguaje del Espíritu. Algunos que no están dispuestos a hacer el esfuerzo para aprender el lenguaje, justifican su pereza espiritual negando la realidad de tales cosas. Para ellos los tesoros o sabiduría del evangelio siguen escondidos. Su ignorancia de esas verdades no afecta la realidad de las mismas, del mismo modo que el ciego que niega la existencia de la luz no amenaza la realidad de la luz, o el sordo que niega la existencia del sonido no amenaza la realidad del sonido.
Pablo declaró:
"Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que ¡e aman.
Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios.
Porque, ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.
Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual." (1 Corintios 2:9-13.)
Si deseamos encontrar las cosas del Espíritu, debemos buscar en el ámbito espiritual. La verdadera religión no puede emanar de ninguna otra fuente. La verdadera religión se centra en el sentimiento, y ya que los sentimientos no pueden sujetarse a un sistema de medidas concretas, es difícil describírselos a quien no es espiritual. Y, una vez más, nuestra incapacidad para describir esos sentimientos no niega su realidad. La capacidad de un bebé para sentir la realidad del amor de sus
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padres, no depende de su capacidad para explicar esos sentimientos. El conocer la verdad por medio del sentimiento, aunque no pueda explicarse o defenderse con argumentos racionales, es una experiencia común a todo el género humano.
La esencia de nuestro testimonio, que se basa en la revelación personal, abarca la realidad de la existencia de Dios, la veracidad de la Iglesia, y de los profetas vivientes. Al testificar no nos sentimos obligados a probar nada a nadie. Al pagar mis deudas no me siento obligado a probar que mi dinero "es genuino; usted puede creer que es falso y negarse a aceptarlo, mas si lo hace, es suya la responsabilidad de probarlo, o tal vez arriesgar una demanda por difamación." (Hugh Nibley, An Approach to the Book of Mormon, p.11.)
El intentar probar la realidad de cualquier verdad a alguien que no quiere aceptarla es un esfuerzo estéril. Los escribas, fariseos y saduceos de la antigüedad constantemente exigían que Jesús les diera una prueba, y cuando la tuvieron ante ellos con abundancia abrumadora, siguieron sin creer. Al ser desafiado a mostrar una señal, Cristo respondió a sus enemigos: "Cuando anochece, decís: Buen tiempo; porque el cielo tiene arreboles. Y por la mañana: Hoy habrá tempestad; porque tiene arreboles el cielo nublado. ! Hipócritas! que sabéis distinguir el aspecto del cielo, ¡ mas las señales de los tiempos no podéis!" (Mateo 16:2, 3.) "Cuando un hombre pide una prueba, podemos estar bien seguros que esa prueba es lo último que quiere." (Nibley, op cit, p.2.)
Nuestra primera responsabilidad es sobre nosotros mismos. Nosotros mismos debemos aprender el evangelio y obedecerlo. Ni siquiera de misioneros estamos obligados a contestar a toda pregunta u objeción que otros puedan tener. Tarde o temprano, el hombre tiene que entender que la fe es su última trinchera . (Ezra Taft Benson, C R, abril de 1975, p. 95.) Dios jamás se ha sentido obligado a contestar todas nuestras preguntas o decirnos todo lo que sabe. Ciertamente no necesitamos tomar esa responsabilidad al actuar como sus agentes.
No es raro que alguien afirme que en el proceso de investigar el evangelio, él mismo se ha convencido de que es verdadero, en lugar de recibir un testimonio independiente de su validez por medio del Espíritu. Tal afirmación se basa en la correcta ¡dea de que la conversión es únicamente el resultado de la necesidad de creer.
Con relación a esto, debe observarse que tos elementos básicos de la necesidad de creer son casi los mismos de la necesidad de no creer que proclaman los incrédulos. Después de todo, toda creencia o falta de creencia se funda, al menos en parte, en la necesidad. El hecho de no creer depende tanto de la necesidad personal como cualquier otra decisión que la persona pueda tomar. Es tan fácil que una persona se convenza de no creer, como que se convenza de creer.Pero no hay justificación para ver a la necesidad de creer como algo negativo. Todo lo contrario; esa necesidad es innata, y se originó en los cielos.
Mientras testificaba ante un grupo de fariseos modernos, fui interrumpido con el anuncio de que no querían "oír sobre esas cosas que lo hacen a uno sentirse bien". Pues, ¿qué ciase de religión es aquella que no puede hacer que uno se sienta bien? Aparentemente, esas personas necesitaban una religión que no los hiciera sentirse bien, pero su necesidad tan peculiar no afectó la verdad de mi creeencia No hay espacio vacío. El Espíritu del Señor está en todas las cosas. Brigham Young dijo que pagaría gustosamente para que le informaran dónde no está Dios. Se puede hacer una fortuna, decía él, vendiendo esa información a los malvados, pues así tendrían un lugar para esconderse de la ira de Dios. (J D 3:279.)
Aunque Dios está "en todas las cosas, y en medio de todas las cosas, y circunda todas las cosas", es obvio que hay lugares en que su Espíritu es más abundante y se encuentra más fácilmente, que en otros. Es una experiencia desagradable visitar un hogar donde hay discordia y peleas.
Seguramente el Espíritu del Señor estaría deseoso de salir de un lugar así tanto como nosotros. Nosotros procuramos asociarnos con quienes nos sentimos más a gusto; el Espíritu del Señor actúa del mismo modo.
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Un grupo de ministros de la Iglesia de Escocia, enojados por lo que llamaban una "invasión" de misioneros mormones en su país, desafiaron al Presidente de la Misión con la pregunta: "¿Qué derechos tienen los mormones sobre Escocia?" En su respuesta, el Presidente indicó que él entendía que en el mundo había dos poderes o influencias, y que toda bondad, amor fraternal, benevolencia y virtudes semejantes venían de una de esas fuentes, a saber, Dios. Preguntó a los ministros si estaban de acuerdo en eso y, por supuesto, estuvieron de acuerdo. Luego dijo: "También entiendo que el rencor, el odio, el resentimiento y otros sentimientos semejantes vienen de la otra fuente, que es Satanás. ¿Están de acuerdo?" De nuevo estuvieron de acuerdo. "Entonces", continuó el Presidente, "si cualquiera de ustedes tiene en su corazón alguno de esos sentimientos hacia mí o hacia la Iglesia que represento, ¿dónde los obtuvo?" Con gran mortificación reconocieron el origen de sus sentimientos de rencor.
Moroni y su padre Mormón enseñaron que "toda cosa que es buena viene de Dios, y lo que es malo viene del diablo" (Moroni 7:12.) En pocas palabras, la luz y las tinieblas nunca se juntan; Cristo y Satanás nunca se estrechan las manos. Es así de simple. Lo que invita y persuade a hacer el bien es de Dios, y lo que seduce a hacer el mal es de Satanás. Cristo y Satanás son enemigos declarados; ninguno de los dos está donde está el otro. Satanás libra una guerra incesante e inflexible contra todo lo que es bueno, y nadie puede evitar la lucha. El Espíritu de Cristo se da a todo hombre que viene al mundo, para que pueda distinguir entre las dos fuerzas. Uno puede discernir entre estas dos fuerzas contrarias mediante una prueba sencilla: aquello que nos invita a hacer el bien y nos persuade a creer en Cristo "es enviado por el poder y el don de Cristo", mientras que lo que "persuade a los hombres a hacer lo malo, y a no creer en Cristo, y a negarlo, y a no servir a Dios, entonces podréis saber, con un conocimiento perfecto, que es del diablo..." (Moroni 7:16, 17.)
De la misma manera que no podemos beber agua potable directamente del mar, no podemos esperar hallar al Espíritu del Señor en la desobediencia, o entre los desobedientes. Ni podemos buscarlo con buen resultado entre los que menosprecian la pureza personal, carecen de fe, se burlan del creyente, ridiculizan las obras de justicia, violan los convenios, o hablan mal de los ungidos del Señor.
E! Señor ha declarado: "Si no guardáis mis mandamientos, el amor del Padre no permanecerá con vosotros; por tanto, andaréis en tinieblas." (D. y C. 95:12.) El siguiente principio es eterno y constante: "Porque la inteligencia se allega a la inteligencia; la sabiduría recibe a la sabiduría; la verdad abraza a la verdad; la virtud ama a la virtud; la luz se allega a la luz; la misericordia tiene compasión de la misericordia y reclama lo suyo; la justicia sigue su curso y reclama lo suyo..." (D. y C. 88:40.) Todas las cosas producen según su especie: el resultado de la fe es más fe, el resultado de la incredulidad es incredulidad. "Allegaos a mí, y yo me allegaré a vosotros", es la promesa del Señor. (D. y C. 88:63.) "Buscadme diligentemente, y me hallaréis", nos ha prometido a todos (D. y C. 88:63.)
La semilla de la fe está plantada en las almas de los hijos de Dios. Alimentada por la luz de Cristo, se hincha y brota. Cultivada por las obras de justicia, protegida de las hierbas de la incredulidad, y sostenida con paciencia, la plantita empieza a crecer con gracia serena. Casi de inmediato vivifica el alma e ilumina el entendimiento. Si se cuida adecuadamente, echa raíces y, en las palabras de Alma, llega a ser "un árbol que brotará para vida eterna". (Alma 32:26-41.)
Es en el terreno de la vida que se deben afianzar las raíces de la fe. El árbol de la vida, y sus frutos, son evidencia de sus raíces. Aunque éstas no se pueden ver ni medir, son fuente de fuerza durante las tormentas, y de nutrientes para el crecimiento.
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