Pedir y Recibir

Pedid al Padre en mi nombre,
creyendo con fe que recibiréis,
y tendréis ai Espíritu Santo,
que manifiesta todas las cosas que son convenientes
a los hijos de los hombres.
(D. y C. 18:18.)
El Dios viviente es un Dios que habla. En las Escrituras no hay promesa que se repita más a menudo que la que asegura que podemos pedir a Dios, y recibir. Esa promesa maravillosa, que reafirma el principio de la revelación continua, no implica que debemos cruzarnos de brazos. La promesa de riquezas espirituales nunca se ha dado incondicionalmente. Esa promesa, por ejemplo, no nos releva de la responsabilidad de estudiar, orar y obedecer. Cuando Laman y Lemuel afirmaron que el Señor no les hacía saber las cosas a ellos, Nefi dirigió su atención a las Escrituras de que disponían, y les dijo: "¿No recordáis las cosas que el Señor ha dicho: Si no endurecéis vuestros corazones, y me pedís con fe, creyendo que recibiréis, guardando diligentemente mis mandamientos, de seguro os serán manifestadas estas cosas?" (1 Nefi 15:11.) Por la falta de diligencia de Laman y Lemuel en guardar los mandamientos, la promesa no podía cumplirse.
Así fue desde el principio. Dios le enseñó el mismo principio a Adán en estas palabras: "Si te vuelves a mí y escuchas mi voz, y crees y te arrepientes de todas tus transgresiones, y te bautizas en el agua, en el nombre de mi Hijo Unigénito, lleno de gracia y de verdad, el cual es Jesucristo, el único nombre que se dará debajo del cielo, mediante el cual vendrá la salvación a los hijos de los hombres, recibirás el don del Espíritu Santo, pidiendo todas las cosas en su nombre, y te será dado cuanto pidieres." (Moisés 6:52.)
La fe, el arrepentimiento, y la recepción del Espíritu Santo han sido los requisitos de esta promesa en todas las generaciones de los hombres. A los que tienen hambre y sed de justicia se les ha prometido que serán llenos. De la Versión Inspirada de la Biblia aprendemos que es del
Espíritu Santo que serán llenos. (JST, Mateo 5:8.) De la misma fuente aprendemos también que las promesas contenidas en las Bienaventuranzas no fueron hechas a la multitud, sino a los apóstoles, a quienes se les dijo: "Benditos son los que crean en vuestras palabras, y desciendan a lo profundo de la humildad, y se bauticen en mi nombre, porque serán visitados con fuego y con el Espíritu Santo, y recibirán una remisión de sus pecados." (JST, Mateo 5:4.) Fue entonces que los discípulos fueron enviados a enseñar a otros a "pedir a Dios", con la promesa de que recibirían si obedecían los mismos principios eternos. (JST, Mateo 7:1, 12.)
El verdadero espíritu de la oración es aquel en el que buscamos la voluntad de Dios y no nuestros deseos personales. En una revelación a José Smith, se definió así: "El que pide en el Espíritu, pide según la voluntad de Dios; por tanto, es hecho conforme a lo que pide." (D. y C. 46:30.) Y también: "...sabed esto, que os será indicado lo que debéis pedir..." (D. y C. 50:30.) A ello podríamos añadir el testimonio de Juan el Amado, quien dijo: "Y ésta es la confianza que tenemos en El, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, El nos oye." (1 Juan 5:14.)
La ciave para recibir es pedir cosas correctas. El Señor nunca permite que ni la fe ni los deseos 42
de los hombres justos y devotos anulen sus propósitos. El Salvador mismo suplicó: "Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; retira de mí esta copa". Y para evitar orar por lo que no debía, se apresuró a añadir: "...mas hágase tu voluntad y no la mía". (JST, Marcos 14:40.) Hay un principio eterno que dice que no podemos "ejercer una fe contraria al plan de! cielo". (HC 2:15.)
José Smith relató una ocasión en la que aparentemente oró pidiendo un conocimiento que no estaba en su derecho tener: "En una ocasión estaba orando con mucha diligencia para saber la hora de la venida del Hijo del Hombre, cuando oí una voz que me repitió ¡o siguiente: José, hijo mío, si vives hasta tener ochenta y cinco años de edad, verás la faz del Hijo del Hombre; por tanto, sea esto suficiente para ti, y no me importunes más sobre el asunto." El Profeta dijo que no sabía si eso se refería al comienzo del Milenio, a una aparición de Cristo antes del Milenio, o a que vería la faz de Cristo al morir y salir de esta existencia mortal. (D. y C. 130:14-16.) A pesar de que José tenía las llaves de todas las bendiciones espirituales, y el derecho de recibir los misterios del cielo, no pudo recibir la respuesta a esa pregunta. (D. y C. 107:18, 19.) Sin embargo, lo que sí recibió fue esta promesa y consejo en cuanto a lo que debemos pedir en oración: "Cualquier cosa que le pidáis a! Padre en mi nombre os será dada, si es para vuestro bien; y si pedís algo que no os es conveniente, se tornará para vuestra condenación." (D. y C. 88:64, 65.)
Enseñando el mismo principio a la nación nefita, Cristo dijo: "...cualquier cosa que pidáis al Padre en mi nombre, creyendo que recibiréis, si es justa, he aquí, os será concedida". (3 Nefi 18:20.) En igual manera, Nefi, quien buscó con éxito "ver, oír y saber" las grandes cosas que se habían manifestado a su padre, testificó que Dios dará liberalmente si no pedimos "impropiamente". (1 Nefi 10:17; 2 Nefi 4:35.) Santiago explicó que algunos pedían en vano porque su deseo era erróneo. En los escritos de los profetas se aclara que los cielos no se abrirán para satisfacer la simple curiosidad.
Cercano a una carretera principal se encuentra un elevado anuncio de neón, que dice: "Cristo es la respuesta." Al pasar por ese lugar, a veces pienso: "Pero, ¿cuál es la pregunta?" Son las peticiones correctas las que reciben contestaciones correctas. Se contestan las oraciones de aquellos que tienen la sabiduría e inspiración para pedir las cosas indicadas, cosas conforme a la voluntad de Dios y las leyes del cielo. "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros", dijo Cristo, "pedid todo lo que queréis, y os será hecho". (Juan 15:7.)
Se dice que en una supuesta entrevista con Brigham Young, el diminutivo Tom Thumb mencionó que en el mormonismo había cosas que no podía entender. Brigham Young contestó: "No te preocupes; cuando yo era del mismo tamaño, tampoco [las] entendía." (Neis Anderson, Desert Saints, p. 390.)
Se necesita cierta estatura espiritual para ver y comprender muchas cosas de la esfera espiritual. John Taylor dijo que nuestra mente necesita estar constantemente expandiéndose hacia las cosas de Dios". (J D 1:368.) Nuestra mente se expande viviendo el evangelio; y así, al ir creciendo nuestra comprensión, crece nuestra rectitud. Es por medio de ese proceso que aprendemos a pedir cosas correctas, y se cumple la promesa de que las recibiremos.
La revelación nace del estudio y la oración. A los que meditan las cosas del Espíritu, el Señor les ha dicho: "...hablaré a tu mente y a tu corazón por medio del Espíritu Santo que vendrá sobre ti y morará en tu corazón." Más adelante indica que eso es "el espíritu de revelación". (D. y C. 8:2, 3.) Entre las más grandes manifestaciones espirituales que se han dado a los hombres, están la experiencia de Nefi, la visión de José Srnith sobre los grados de gloria, y la visión de José F. Smith sobre la redención de los muertos. Cada una de esas manifestaciones surgió a partir de una situación en la que el hombre estaba meditando o reflexionando sobre las enseñanzas de los profetas. (Véase 1 Nefi 10:17-22; 11:1; D. y C. 76:19; 138.) A través del proceso de la meditación o reflexión, viene la mayor parte de las revelaciones.
Meditar es pensar profundamente. Requiere que mente y espíritu se unan en estudio y oración. Por ese proceso logramos que el Espíritu guíe nuestro estudio para poder encontrar los tesoros del
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Espíritu y obtener comprensión; y la verdadera comprensión del evangelio no puede obtenerse de otra manera. Para la nación nefita no fue suficiente el tener como maestro al Cristo resucitado. Al concluir las enseñanzas del día, el Sefíor les mandó que regresaran a sus hogares, donde podrían meditar lo que les había enseñado, y pedir al Padre en su nombre que les diera entendimiento. Solamente de esa manera podían prepararse para recibir enseñanzas adicionales de El. (3 Nefi 17:3.) Una cosa es tener una visión, y otra cosa es comprenderla. Nefi dijo: "...mi corazón medita continuamente las cosas que he visto y oído." (2 Nefi 4:16.) Únicamente por ese proceso podemos obtener el entendimiento que buscamos.
El consejo de Moroni a los que desean conocer la veracidad del Libro de Mormón, es que primero mediten su mensaje. Es en ese proceso, nos dice Moroni, que podemos encontrar el testimonio de su veracidad. (Moroni 10:3-5.) Al meditar concerniente al Libro de Mormón, nos enfrentamos con numerosas evidencias internas de su veracidad. La principal, entre ellas, es la doctrina que enseña. El Libro de Mormón no tiene igual en su enseñanza de la Caída, la Expiación, y la necesidad de un Redentor. La claridad con la que testifica que Jesús es el Cristo no tiene comparación en ningún otro libro de Escrituras. Ni hay otro registro de Escrituras que lo iguale al exponer a los enemigos de Cristo, y confundir a las falsas doctrinas. Una y otra vez, mientras leemos ese sagrado volumen y meditamos su grandioso mensaje, nos preguntamos: ¿Pudo haber escrito este libro José Smith? El Espíritu afirma repetidas veces que no es la obra de un hombre.
Si fuéramos a desechar del libro de Doctrina y Convenios todas las revelaciones que recibió José Smith en respuesta a sus preguntas, nos quedaríamos con relativamente pocos versículos. Qué maravilloso es que José Smith haya tomado literalmente la exhortación de "preguntar". Pero aún los que son dignos de recibir revelación no siempre la han recibido, sencillamente porque no la desean. Cristo dijo a sus ovejas del Viejo Mundo que El tenía otras ovejas aparte de ellos, a los que visitaría. (Juan 10:16.) Puesto que ellos no preguntaron sobre el asunto, El no les ofreció mayor información. Al visitar a los nefitas, les explicó que ellos eran a los que se había referido en el Viejo Mundo. Y a sus seguidores del Nuevo Mundo les dijo que había todavía otros más a los que visitaría, refiriéndose específicamente a las tribus perdidas. Les mandó a los nefitas que escribieran esa información para que hubiera un registro, por si acaso los de Jerusalén no preguntaban sobre el asunto. (3 Nefi 16:4.)
Las Escrituras identifican la indisposición de orar como un síntoma de enfermedad espiritual. Diagnosticando el origen de esos sentimientos, Nefi declaró: "...el espíritu malo no enseña al hombre a orar, sino le enseña que no debe orar." (2 Nefi 32:8.) La receta que dio Brigham Young para ese malestar es la oración. Orar hasta que sintamos deseos de orar, fue su consejo. Un apetito espiritual voraz es signo de buena salud espiritual. Estar espiritualmente sano es tener hambre y sed de las cosas del Espíritu.
El Espíritu del Señor no le teme a la verdad. Nunca le enseña ai hombre a evitar la oración o rehuir la investigación espiritual en cualquier forma. "Examinadlo todo", aconsejó el Apóstol Pablo, y "retened lo bueno". (1 Tesaionicenses 5:21.) No es difícil identificar la fuente de inspiración de los que rechazan el mensaje de la Restauración sin haberlo oído. Y los que hacen obra misional ven que eso pasa a menudo. Por ejemplo, uno de mis estudiantes platicó que su familia le había dado un ejemplar del Libro de Mormón a un amigo, con el desafío de leerlo. El amigo salió y compró un libro antimormón, el cual sí leyó, y basado en esa evidencia decidió que el Libro de Mormón no podía ser verdadero. Como sucede con la mayoría de ios críticos del Libro de Mormón, esa persona no creyó necesario leerlo para rechazarlo. Si la misma persona hubiera recibido un ejemplar del Nuevo Testamento, ¿habría ido en busca de un libro escrito por Caifas, o algún otro miembro del jurado que condenó a muerte a Cristo? ¿Rechazaría a Cristo y sus enseñanzas por el testimonio de sus enemigos? Eso es exactamente lo que algunos están haciendo al rechazar el Libro de Mormón.
¿Habían acaso analizado el mensaje en oración los que se opusieron y rechazaron a Cristo? ¿Hubiera sido una buena ¡dea orar con humildad cuando supieron que el indocto galileo se asociaba con publícanos y pecadores? ¿No era por todos conocido que era "cometón, y bebedor de vino"? 44
(Mateo11:19.)
El Señor declaró que los que procuraban confundir a José Smith, lo hacían "porque sus hechos son malos; por tanto", dijo El, "no recurren a mí". (D. y C. 10:21.) El espíritu que hace que el hombre se niegue a escuchar y rehuse orar es el mismo que se opuso a Cristo y sus profetas en todas las épocas pasadas.
Tres años después de la muerte de José Smith, Brigham Young lo vio y conversó con él en un sueño. Enseñándole al Presidente Young cómo podían los santos conocer e identificar el Espíritu del Señor, José dijo que éste susurraría "paz y gozo a sus almas", desterraría de sus corazones la malicia, el odio, la discordia y la maldad en todas sus formas, y les daría un deseo de hacer lo bueno y trabajar para adelantar el reino de Dios. (Relatado por Marión G. Romney, Conference Report, abril de 1944, pp.140, 141.) Antes de la organización de la Iglesia, el Señor le dijo a Hyrum Smith: "Pon tu confianza en ese Espíritu que induce a hacer lo bueno, sí, a obrar justamente, a andar humildemente, a juzgar en rectitud", pues, dijo el Señor, "éste es mi Espíritu" Se le aseguró a Hyrum que la asociación con ese Espíritu iluminaría su mente, le traería gozo, y podría conocer todas las cosas que corresponden a la rectitud. (D. y C. 11:12-14.)
El Eider Boyd K. Packer señaló que una vez le oyó decir a Marión G. Romney: "Yo sé cuando estoy hablando bajo la inspiración del Espíritu Santo, pues siempre aprendo algo de lo que yo mismo digo." (Enseñad Diligentemente, p. 312.) También eso es una manera apropiada para identificar la presencia del Espíritu del Señor en nuestro estudio y reflexión personales. El Espíritu Santo es un maestro, y en nuestra relación con él, aprendemos, nos sentimos inspirados, y somos elevados.
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