CARACTERÍSTICAS DE LA REVELACIÓN VERDADERA

Todas las revelaciones de Dios
enseñan, en esencia, esto:
Hijo, hija, sois la obra
de mis manos;
caminad y vivid con rectitud delante de mí;
sean castas vuestras conversaciones;
vuestra conducta diaria
sea conforme a mi ley;
sean vuestros tratos con vuestros hermanos
con justicia y equidad; sea mi carácter sagrado para vosotros,
y no profanéis mi santo nombre
ni mi autoridad; no menospreciéis mis palabras
porque mi dignidad es eterna
(Brigham Young.)
Todo principio de verdad tiene su falsificación correspondiente. Toda experiencia espiritual ha sido imitada. Cuando la Iglesia estaba todavía en su infancia, el Señor advirtió a los santos que evitaran el engaño, recordándoles que "Satanás anda por la Tierra engañando a las naciones". (D. y C. 46:7, 8; 52:14.) El Gran Imitador no trabaja solo en su afán de engañar y confundir. Hablando del origen de las mentiras, el Señor dijo que "unas son de los hombres y otras de los demonios", pero que ambas son "una abominación a su vista". (D. y C. 46:7; JS-Historia 19.) José Smith dijo que la ignorancia de los hombres en cuanto al poder e influencia de los espíritus engañadores era suficiente para que el diablo se burlara a carcajadas "El mundo", dijo el Profeta, "siempre ha tomado a los falsos profetas por verdaderos, y los que fueron enviados por Dios fueron considerados falsos". (HC 4:574.) A éstos maltrataron, echaron en la cárcel, mataron, o hicieron huir para buscar refugio "por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra". (Hebreos 11:38.) El mundo, dijo el Profeta, prefiere a los bribones, vagabundos, hipócritas e impostores en lugar de los profetas. "En la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días también ha habido falsos espíritus." (HC 4:580.) A causa de esas "abominaciones en la Iglesia" que se hacen en el nombre del Señor, El ha mandado: "...cuídese cada hombre, no sea que haga lo que no es recto y verdadero ante mí." (D. y C. 50:4, 9.)
A cada miembro de la Iglesia se le ha prometido uno o varios dones espirituales. Esos dones son para nuestra edificación personal, y para capacitarnos para influir y bendecir las vidas de otros con mayor facilidad. Entre los santos hay una gran diversidad de dones. Uno de ellos es el don de discernimiento de espíriius. (D. y C. 46:23.) Este don comprende un talento o habilidad espiritual especial para identificar ¡o que es espiritualmente genuino y detectar lo que es embuste espiritual. Lo poseen muchos, y lo tienen prometido los que tienen el llamamiento de presidir, para que puedan asegurarse de que, en el área de su mayordomía particular, la casa del Señor siga siendo de orden. El Presidente de la Iglesia siempre posee ese don en su sentido más completo. (D. y C. 46:29.)
Junto con el don de discernimiento, el Señor ha establecido un número de leyes espirituales mediante las cuales podemos discernir entre la verdad y el error. Esas leyes, o principios absolutos espirituales, son los cánones que se usan para pesar o medir el grado de exaciitud espiritual de una doctrina. Siendo que las Escrituras están llenas de esas leyes, se les ha llamado "libros canónicos". Ese
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título implica apropiadamente que contienen las normas o cánones mediante los cuales podemos distinguir entre la "apariencia de piedad" y las verdades eternas.
El Dios del cielo es un Dios de verdad y de orden. Posee todos los atributos de la Divinidad en su perfección y, como lo enseñó José Smith, "nunca cambia, por lo que su carácter y atributos permanecen los mismos para siempre". Por lo que podemos ejercer la misma fe en El que tuvieron los Santos de los Primeros Días, y esperar los mismos resultados. (Discursos Sobre la Fe 4:19 p.56 ) Este Dios perfectamente consistente e inmutable nos ha dado la certeza absoluta de que nunca permitirá que el hombre que está a la cabeza de su reino terrenal desvíe a la Iglesia. Podemos seguir siempre al profeta con plena fe. También hemos recibido la certeza de que podemos tener la misma confianza en el consentimiento común o unánime de los quórumes dirigentes de la Iglesia. Y más todavía, por ser un Dios respetuoso de la ley, nunca se apartará del orden que ha establecido al manifestar su voluntad a su pueblo a través de su portavoz escogido. De modo que todos los asuntos que vienen de Dios a su pueblo, se recibirán a través de los canales que El ha señalado. Las doctrinas y profetas verdaderos siempre estarán en armonía y sujeción a estos principios, y la salvación nunca ha estado ni estará condicionada a otros principios diferentes.
Aunque la familia de la verdad es grande, en ella hay perfecta unidad. Una verdad nunca contradice a otra. El Espíritu que testifica que Jesús es el Cristo nunca lo llamará "anatema". (1 Corintios 12:3.) El Espíritu que motiva a los hombres a prestar oído atento a los profetas del Señor, no justificará a los que siguen en el camino de la obstinación o rebelión contra los ungidos del Señor. Si el Señor llama a trabajar a un hombre, sería inconsistente que El diera una revelación de que ese trabajo lo realizara otro. "Es contrario al sistema de Dios", enseñó José Smith, "que un miembro de la Iglesia, o cualquier otro, reciba instrucciones para los que poseen una autoridad mayor que la de él.." (Enseñanzas del Profeta José Smith, p. 18.) José F. Smith sugirió que "abrigar cualquier idea semejante sería acusar de inconsistencia al Todopoderoso, y de ser el autor de confusión, discordia y división". (J D 24:189.) Todo lo que el cielo revela demuestra el orden de ese reino. Una verdad del evangelio siempre apoya a otra, y los cielos siempre acatan el orden que han instituido.
El aceite para la lámpara de la revelación es la rectitud. El Espíritu Santo es maestro en la escuela de los profetas, no en la de los inicuos. Quienes han sido limpiados por las aguas del bautismo están invitados a ingresar a esa escuela. El Presidente Harold B. Lee enseñó este principio, relatando que, una vez, un miembro inactivo afirmaba haber recibido una revelación contraria a la decisión tomada por la Presidencia de Estaca y el Sumo Consejo en un tribunal de la Iglesia. El Presidente Lee, quien entonces era el Presidente de la Estaca, le dijo al hombre que "quince de los hombres más dignos de la estaca oraron" en unión en cuanto al asunto. Luego le preguntó al hombre por qué se imaginaba que alguien que no estaba guardando los mandamientos hubiera recibido una respuesta diferente. El hombre reconoció que esa respuesta no podía haber venido del Señor. "Recibimos la respuesta", declaró el Presidente Lee, "de la fuente de poder que queremos obedecer". (Stand Ye in Holy Places, pp. 136-138.) Dios no "saca cosas puras de hombres impuros". (Osear W. McConkie, The Holy Ghost, p. 15.)
Una cosa es recibir una revelación, y otra enteramente diferente es comprenderla. Al aconsejar a Timoteo, Pablo dijo: "...el Espíritu dice claramente...", indicando que hay ocasiones en que el Espíritu habla sin ese mismo grado de "claridad". (1 Timoteo 4:1.) "La revelación no siempre viene con la misma fuerza y poder", observó el Eider Bruce R. McConkie. (Doctrinal New Testament Commentary 3:85.) Al registrar una revelación, José Smith escribió: "...así dice la voz quieta y apacible que a través de todas las cosas susurra y penetra, y a menudo hace estremecer mis huesos mientras me manifiesta..." (D. y C. 85:6.)
Igual que con todo conocimiento, la comprensión de la revelación viene con el tiempo y el estudio, y debe ser enseñada por el Espíritu. Hablando de sus experiencias, Nefi dijo: "...mi corazón medita continuamente las cosas que he visto y oído." (2 Nefi 4:16.)
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El Señor condenó la actitud de quienes no querían entender con el corazón. (Mateo 13:15.) Y de las revelaciones que se han dado a nuestra dispensación, el Señor dijo: "...os dejo estas palabras para que las meditéis en vuestro corazón..." (D. y C. 88:62.) La verdadera religión debe experimentarse y sentirse. El Presidente Lee lo enseñó mediante una experiencia:
"Hace unos cuantos años se unió a la iglesia un prominente profesor universitario. Le pedí que hablara ante un grupo de hombres de negocios de Nueva York, y explicara por qué había ingresado a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y les dijo: 'Les diré por qué me uní a esta Iglesia. Llegué a un punto de mi vida en que mi corazón me dijo cosas que mi mente no sabía. Entonces supe que el evangelio era verdadero.'
Cuando entendemos con nuestro corazón, más de lo que sabemos con nuestras mentes, entonces está obrando en nosotros el Espíritu del Señor.
En una ocasión recibí la visita de un joven sacerdote católico que venía de Colorado con un misionero de estaca. Le pregunté por qué había venido, y contestó: 'Vine a verlo a usted.'
'¿Para qué?', le pregunté.
Contestó: 'Pues he estado en busca de ciertos conceptos que no he podido encontrar. Pero creo que los estoy encontrando en la comunidad mormona.'
Eso nos condujo a una conversación que duró media hora. Le dije: 'Padre, cuando su corazón empieza a decirle cosas que su mente desconoce, entonces está usted recibiendo el Espíritu del Señor.'
Sonrió y dijo: 'Creo que ya me está sucediendo eso.'
'Entonces no espere demasiado tiempo', le dije.
Pocas semanas después recibí una llamada telefónica suya. Me dijo: 'El próximo sábado me voy a bautizar en la Iglesia, porque mi corazón me ha dicho cosas que mi mente desconocía.'" (Stand Ye in Holy Places, pp. 92. 93.)
Las Escrituras se dirigen más al corazón del hombre que a su mente. Al describir la experiencia que tuvieron los nefitas con el Cristo resucitado al escucharlo orar al Padre, las Escrituras dicen: "..se abrieron sus corazones, y comprendieron en sus corazones las palabras que El oró. No obstante, tan grandes y maravillosas fueron las palabras que oró, que no pueden ser escritas, ni tampoco puede el hombre proferirlas." (3 Nefi 19:33, 34.) En el corazón hay una capacidad de comprensión que excede al de la mente. Aunque la revelación se da tanto a la mente como al corazón, es en el corazón donde mora el Espíritu Santo. (D. y C. 8:2.)
Las Escrituras hablan del sentimiento de paz que acompaña la visita del Espíritu Santo. A los que viven dignos de esas visitas se les ha prometido que pueden disfrutar la compañía constante de ese miembro de la Trinidad. (D. y C. 121:46.) No se espera que vivamos de los recuerdos de las experiencias espirituales, a pesar de lo maravilloso que son, pero sí se espera que nuestra asociación con el Espíritu de revelación sea continua. Todas las verdades espirituales están sujetas a una confirmación. (D. y C. 50:31.) Eso no significa que el Señor se sienta obligado a repetir todo constantemente, sino que tenemos el derecho de recibir periódicamente la confirmación de que el curso que seguimos es aprobado por El. No se pretende que cada uno de nosotros tome su propio camino, pensando que porque tuvimos una experiencia espiritual ya somos salvos, o que siempre brillará sobre nosotros la luz del cielo. El mandamiento del Señor es que debemos reunimos a menudo. Lo hacemos para inspirarnos mutuamente, para recordar a Cristo y su sacrificio expiatorio, para renovar nuestros convenios de servirle, y nuestro deseo de guardar los mandamientos. Esas son las razones por las que participamos de la Santa Cena. Al hacerlo, recibimos de nuevo la promesa de que si seguimos en la senda, podremos tener siempre su Espíritu con nosotros. (D. y C. 20:75-79.)
En los cielos hay un orden completo, y la armonía que existe entre las verdades celestiales muestra ese orden. Esas verdades nunca se contraponen. Van unidas y marcan un curso determinado.
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Ofenden a la maldad, y son ofendidas por ella. Hay dos grandes pruebas por las que siempre se pueden identificar los principios celestiales. La primera es la prueba de la verdad. Por sincero que un hombre pueda ser, no puede tener crecimiento espiritual sin la verdad. Uno no puede acercarse a Dios por medio de! error. La segunda prueba es la de la conducta. Juan dijo, ilustrando este principio: "El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo. Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe a dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos." (1 Juan 2:9-11.) La luz celestial nunca justificará un curso de injusticia.
Lo que profesa ser revelación siempre debe dar respuestas positivas a preguntas como las siguientes:
1. ¿Cuando alguien recibe una revelación, ahora que la iglesia ya está establecida, tiene esa persona el llamamiento para recibirla?
2 ¿Cuando una revelación viene a alguien, apoya esa revelación al profeta y al orden establecido en el Reino de Dios sobre la tierra?
3. ¿Se sujeta la nueva revelación a la apacible confirmación del Espíritu?
4. ¿Conduce la nueva revelación a la rectitud?
Aquello que viene de Dios eleva y edifica. El Espíritu de revelación puede describirse como la influencia que hace buenos a los hombres malos, y a los buenos, mejores. La luz del cielo nutre y fortalece. Cuando brilla, las tinieblas huyen de ella.
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