La Independencia Espiritual y Una Carta de Derechos

LA INDEPENDENCIA ESPIRITUAL
Y UNA CARTA DE DERECHOS
El poder está en ellos,
y en esto vienen a ser
sus propios agentes.
(D. y C. 58:28.)
Hace unos años, un alumno de seminario me informó que abandonaría los estudios para ingresar a la Marina. Contestando mi pregunta sobre sus motivos, dijo: "Porque estoy cansado de que otros me digan lo que tengo que hacer."
Dudo mucho que este joven haya encontrado la independencia que estaba buscando. Como muchos otros, buscaba en otra parte lo que sólo podía encontrar dentro de sí mismo. Su búsqueda inútil puede compararse a la del anciano que buscaba su sombrero...teniéndolo puesto.
Los logros espirituales tienen sus raíces dentro del alma. No importa cuán larga y difícil sea la búsqueda, las cosas del Espíritu seguirán siendo "tesoros escondidos" hasta que el peregrinaje se dirija hacia adentro. Una joven mujer vino a mi oficina aparentemente en busca de consejo para salvar su matrimonio. Luego de preguntarle si había pedido el consejo de su obispo y de otros en quienes podía buscar la orientación apropiada, contestó: "Sí, pero todos quieren que yo cambie." Mientras ella siga buscando la contestación fuera de ella, su matrimonio seguirá con problemas.
No fuimos creados para ser juguetes o títeres de las circunstancias. Aunque no podamos controlar nuestro destino, podemos controlarnos a nosotros mismos. Dentro de nuestras almas se encuentra la habilidad y el poder de pensar nuestros propios pensamientos, hablar nuestras propias palabras, escoger a nuestros propios amigos, determinar nuestras propias actitudes, y realizar nuestras propias obras. Nadie más puede salvarnos en el reino de Dios y ninguna otra fuerza o influencia puede combinarse para impedir nuestra salvación sin nuestro consentimiento.
En los primeros días de la Iglesia, muchos conversos que se unían al grupo de los santos esperaban encontrar una utopía espiritual. Frustrados al ver que las comunidades de los santos estaban llenas de gente que no eran mejor que ellos, algunos de esos inmigrantes expresaron su desilusión y abandonaron la Iglesia. Habían imaginado una Sión en la que podrían disfrutar de la luz espiritual día y noche. Anhelando alimentarse de revelaciones, milagros y manifestaciones de poder divino, buscaban el cielo en la Tierra. No se daban cuenta de que la madurez espiritual a menudo viene lentamente, y que muchos, como ellos mismos, se habían congregado con los santos con la esperanza de también poder encontrar el aliento y la fuerza necesarios para vencer sus propias debilidades.
A personas así Brigham Young solía preguntarles: "¿Qué les impide gozar de todo lo que quieren? Si no son lo que desean ser, si no sienten el espíritu tanto como lo desean, ¿en dónde está la falla?" Coniestando su propia pregunta, el Presidente Young explicaba que era un error suponer que otros pueden evitarnos gozar de la luz de Dios en nuestra alma. "Ni todo el infierno", decía él, "puede impedirme que goce de Sión en mi corazón, si mí voluntad individual rinde obediencia a los requisitos y mandatos de mi Maestro celestial." (J D 1:311.)
Brigham Young declaró que él era el único hombre en el cielo, en la Tierra, o en el infierno, responsable por Brigham Young. Y afirmó que la misma doctrina se aplicaba igualmente a todos ios
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Santos de los Últimos Días. La salvación es un asunto individual. "Yo soy la única persona que puede salvarme", dijo él. No podemos salvarnos con la fe de otros. Nadie puede aceptar o rechazar la salvación a nombre de otra persona. No es el objeto o propósito del evangelio el crear una dependencia espiritual.
De quienes constantemente desechan su propia responsabilidad para confiar en otros que ellos suponen tienen mayor sabiduría que ellos, el Presidente Young dijo que "nunca serán capaces de entrar en la gloria celestial y ser coronados, como lo desean; nunca serán capaces de llegar a ser Dioses". Ellos no pueden gobernarse a sí mismos, mucho menos gobernar a otros. Son espiritualmente como los niños que necesitan guía a cada paso. "No pueden controlarse a sí mismos en lo más mínimo, sino que Santiago, Pedro, o algún otro debe controlarlos. No pueden nunca llegar a ser Dioses, ni ser coronados como gobernantes con gloria, inmortalidad y vidas eternas." "¿Quién lo será?", preguntó el Presidente Young. "Aquellos que son valientes e inspirados por la verdadera independencia del cielo, que se adelantarán intrépidamente para servir a su Dios, dejando que otros hagan lo que les plazca, decididos a hacer lo justo aunque todo el genero humano a su alrededor tome el curso contrario." (Ibid, p. 312.)
Lo mismo que todos los principios del evangelio, la doctrina de la responsabilidad individual se deriva del sacrificio expiatorio de Cristo. Al enseñar esos principios, Nefi testificó que somos salvos por gracia, pero solamente "después de hacer cuanto podamos". (2 Nefi 25:23.) Es por la gracia de Cristo que recibimos los materiales de la vida con los que podemos edificar, pero Dios no hará el edificio por nosotros. La responsabilidad de construir es nuestra, usando esos materiales. En gran medida, el Plan de Salvación es un proyecto del tipo "hágalo usted mismo".
No es posible que tengamos la esperanza de salvarnos mediante los esfuerzos de otros, como no lo es el que saciemos nuestra hambre cuando los alimentos los come otro. Cuando Cristo nos enseñó a orar por nuestro pan de cada día, no tenía en mente que nos sentáramos a la sombra de un árbol, o sobre una roca en el desierto, a esperar que nos lo trajera un ángel de! cielo. Nuestras obras deben Igualar a nuestra fe. Dios puede bendecir nuestras cosechas, pero nosotros debemos plantar la semilla. Brigham Young dijo que preferiría ir al cementerio a tratar de levantar a ¡os muertos, antes que tratar de bendecir a las personas que no quieren hacer por sí mismas todo lo que está a su alcance. Si los enfermos pedían una bendición del sacerdocio cuando podían curarse con remedios caseros sencillos, se preguntaba el Presidente Young, por qué no pedían también que el Señor les plantara y cosechara sus cultivos. (J D 4:24, 25.)
La doctrina de la responsabilidad individual de ninguna manera restringe la función de la Iglesia, pues sólo dentro de la Iglesia pueden efectuarse las ordenanzas de salvación. Además de las ordenanzas salvadoras, tenemos en la Iglesia a los oráculos vivientes y del sacerdocio, mediante los cuales se nos señala el camino que debemos seguir. Y la Iglesia provee una estructura social para compartir nuestros talentos y llevar el mensaje del evangelio a todos los pueblos de la Tierra.
Por eso los argumentos que sugieren que no es necesario estar constantemente activos en la Iglesia no tienen mérito
Algunos afirman que serían hipócritas si estuvieran activos mientras no hayan dominado sus pecados. Ese razonamiento es semejante al del hombre que decidió no meterse al agua hasta que hubiera aprendido a nadar. Otros pretextan no necesitar de la Iglesia. Se parecen al ciego que estaba analizando el color. No ven nada que los atraiga. Ni lo verán hasta que abran sus ojos.
Tal como la resolución de un hombre se fortalece mediante el apoyo de su esposa, la fe de los santos aumenta mediante la unidad. Las Escrituras nos mandan que "los miembros de la Iglesia se reúnan con frecuencia" (D. y C. 20:55, 75.) sencillamente porque en la unidad hay una fuerza que no se logra de ninguna otra manera. Se ejemplifica en la ordenanza de la unción de los enfermos. Si hay algún enfermo entre nosotros, se nos ha dicho que llamemos a los élderes, quienes han de ungir con aceite al enfermo, y bendecirlo. (Santiago 5:14, 15.) La razón por la que llamamos a los élderes y no a 59
un élder es que la unión de su fe les otorga mayor confianza ante el Señor que la que se tiene generalmente en forma individual. Y el Señor dijo: "Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos." (Mateo 18:20.) No porque no podamos recibir su Espíritu en forma individual, sino porque nuestra fe se incrementa más rápidamente al asociarnos con personas de la misma fe.
El gobierno de los cielos se funda sobre el principio del libre albedrío. No hay un defensor más grande de la autodeterminación que nuestro Padre Celestial, quien ha legado el don del libre albedrío a cada uno de sus hijos espirituales desde el momento de su nacimiento espiritual. Jamás en el transcurso de todas las eternidades ha violado Dios ese don, ni le ha concedido a nadie el derecho de hacerlo. Por ningún lado en la historia del mundo encontramos el momento en que los cielos hayan autorizado que un hombre tenga el derecho de controlar a otro. El reino de los cielos opera "sin compulsión alguna". Los poderes de ese reino sólo se pueden ejercer "conforme a los principios de justicia". Los principios esenciales del gobierno de ese reino son la persuasión, longanimidad, benignidad, mansedumbre, bondad y conocimiento puro. El control, el dominio y la compulsión no tienen cabida en esa sociedad celestial. La práctica de esas influencias ofende al Espíritu del Señor, y junto con todos sus poderes se retira de los ofensores. (D. y C. 121:34-46.)
Nuestra sociedad terrenal es competitiva, y en ella a menudo la victoria de un hombre significa la derrota de otro. Incluso en el salón de clases en ocasiones los alumnos participan de esa competencia.
Afortunadamente ese sistema no funciona en el reino del Señor. Las bendiciones del cielo no se reparten sin mérito individual, ni el éxito de un hombre limita o estorba las oportunidades de otro. Puesto que "Dios no hace acepción de personas" (Hechos 10:34), las bendiciones del cielo no se otorgan de acuerdo con la posición social, riqueza, logros intelectuales, o atractivo físico.
La obediencia es el factor que atrae las bendiciones. Así se decretó mucho antes de nuestro nacimiento en esta vida. (D. y C. 130:20; 132:5.) Y desde entonces supimos que a nadie se le negaría la posibilidad de alcanzar la salvación. (2 Nefi 26:24.) "Creemos", escribió José Smith, "que por la Expiación de Cristo todo el género humano puede salvarse, mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas del evangelio". (Tercer Artículo de Fe.) Como lo señaló Nefi, Cristo nunca mandó a nadie que se apartara de El, ni que saliera de sus casas de adoración. Nefi testificó: "...todo hombre tiene tanto privilegio como cualquier otro, y nadie es vedado". (2 Nefi 26:25-28.)
Hay una multitud de ideologías en el mundo que compiten por ganar nuestra lealtad y participación. Sus promesas son ¡numerables. Reclutadores celosos y elocuentes marchan portando sus banderas, entablando una guerra de palabras para lograr nuestro apoyo. Y no podemos pensar en evitar la contienda, pues es sobre nosotros que ellos contienden. Entre sus armas tienen la sofistería de la publicidad moderna, que en esta guerra ilimitada no reconoce barreras. Prometen galardones sin esfuerzo; ofrecen irresponsabilidad disfrazada de libertad, y salvación con sólo pedirla. Nos ofrecen un sin fin de panaceas para satisfacer igualmente un sin fin de necesidades. Quedamos en medio de todo ese "tumulto de opiniones", preguntándonos, como José Smith: "¿Cuál de todos estos partidos tiene razón; o están todos en error? ¿Si uno de ellos es verdadero, ¿cuál es, y cómo podré saberlo?" (JS-Historia 10.)
De una cosa podemos estar seguros: el cambiarle de nombre a una acción no modifica el resultado de esa acción. Podemos plantar maíz y llamarlo como queramos, pero ¡a cosecha será la que ha sido siempre. Podemos llamar "amor" a la lujuria, pero lo que producirá será siempre tan desagradable como la semilla de la que salió. Podemos llamar "estimulantes de ¡a mente" a las drogas, pero eso no cambiará en nada el modo en que debilitan y consumen la mente y el alma. Podemos llamar "liberación" al abandono de la virtud , pero el fruto del libertinaje es siempre el mismo. Si nos rendimos podemos decir que hemos triunfado, pero ¡a esclavitud que resultará no será menos real.
Los resultados de los principios eternos no cambian por mandato popular o por capricho. Se
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aplican igualmente a todos los hombres, ricos o pobres, esclavos o libres. La Iglesia podría votar para abrogar la Palabra de Sabiduría, la ley del diezmo, la del ayuno, o cualquier otro principio, pero tal acción no podría alterar nunca los resultados de desobedecer el principio en cuestión. La libertad tanto para los individuos como para las naciones, nace únicamente de la semilla del autodominio y la moderación. No podemos carecer de autodominio y ser libres al mismo tiempo, como no podemos ser israelitas y filisteos a la vez. Y a pesar de que muchos pueden afirmar estar liberados, el título sin nada que lo respalde es como un pozo sin agua: en lugar de apagar la sed, la aumenta. Muy a menudo la mediocridad encuentra un refugio en la popularidad del grupo. Pero debemos recordar que en ¡a Iglesia no hay ordenanzas en grupo. Todos los convenios se hacen en forma personal. No importa lo que otros crean o hagan; seremos juzgados tan sólo por lo que nosotros creemos y hagamos. La torpeza de los promedios de grupo se muestra en el relato del padre que tenía cinco hijas. Para su gran consternación, se llegó el momento en que las cinco saldrían a pasear con jóvenes en la misma noche. El padre y su esposa estaban preocupados porque no conocían a tres de los muchachos que saldrían con sus hijas; (y estaban más preocupados todavía porque sí conocían a los otros dos.) Como cabría esperar, antes de la gran noche el padre juntó a sus hijas y repasó con ellas las normas de la familia. Concluyó anunciándoles la hora a la que debían regresar a casa, y les informó que las estaría esperando despierto. Cuando llegó la hora señalada, sólo habían llegado a casa tres de las hijas. Bastante satisfecho, se dirigió a su habitación para dormir. Su esposa, sin poder ocultar su desesperación, !e preguntó si no estaba preocupado por las jóvenes que no habían llegado. "No", respondió el padre, "ya están aquí tres de las cinco que son, que viene siendo un sesenta por ciento, y eso es el doble del promedio en esta ciudad".
La salvación no se obtiene a base de lo que otros hacen o hicieron. El mandato de las Escrituras es: "...ocupaos en vuestra salvación..." (Filipenses 2:12), y nadie puede hacer eso por nosotros.
Nosotros no podemos establecer los principios eternos, ni modificarlos. Nuestra responsabilidad es aplicarlos.. Y a medida que los integramos a nuestra persona, formamos nuestro propio pian de salvación, un plan que reconoce con toda honradez en qué punto nos encontramos y nos desafía a avanzar sistemáticamente a partir de ese punto, como lo dicen las Escrituras, "de gracia en gracia". El primer paso que debemos dar podría llamarse apropiadamente "una declaración personal de independencia", que reconozca que nuestras obras deben ser las que nos conduzcan a la independencia espiritual; que reconozca ios derechos especiales que tenemos como hijos de Dios y miembros de su reino terrenal. Para ese fin se da la siguiente declaración de independencia y carta de derechos.
Declaración de Independencia
Como Santos de los Últimos Días, consideramos que son evidentes estas verdades: que la salvación está ai alcance de todos los hombres mediante la obediencia a las leyes y ordenanzas del evangelio, y que el Creador ha otorgado a todos los hombres ciertos derechos inalienables; que entre éstos está la vida eterna, la libertad espiritual, y la búsqueda sin fin de la felicidad. Que para garantizar estos derechos, se ha establecido otra vez entre ios hombres el reino de Dios, derivando sus poderes de los principios de justicia. Que siempre que cualquier poder o influencia atente contra estos fines, es el derecho de los Santos modificar o abolir esa influencia mediante la fe y el arrepentimiento, e instituir nuevamente su convenio con Dios, basándose en los principios que a ellos les parezca que afectarán su mejor interés eterno.
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Carta de Derechos
I
La obediencia a los principios del evangelio produce las mismas bendiciones en todas las épocas. Por tanto, nosotros los Santos de los Últimos Días tenemos derecho a las mismas bendiciones que gozaron los santos de los tiempos bíblicos. La fe que salvó a los hombres de la antigüedad es la fe que salva a los hombres de hoy. La fe por la que levantaron a sus muertos, dieron vista a los ciegos, sanaron a los enfermos, y echaron fuera a los demonios en el meridiano de los tiempos, es la misma fe que se necesita para realizar esas mismas obras en nuestros tiempos. Los resultados de la fe son ios mismos para los hombres de todas las épocas. Tenemos el mismo derecho a esa fe y a esperar los mismos resultados que cualquier otro pueblo en cualquier otro tiempo pasado, presente, o futuro. (1 Nefi 10:17-19.)
II
AI ejercer la fe, podemos, a través del arrepentimiento y el bautismo, obtener una remisión de nuestros pecados. "Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana." (Isaías 1:18.) Mediante el proceso divinamente instituido de fe, arrepentimiento y bautismo, es el derecho de todos los hombres recibir el cumplimiento de la promesa del Señor, de que sus pecados ya no serán recordados "más". (D. y C. 58:42.)
III
Tras haber recibido una remisión de los pecados y la consiguiente paz de conciencia, es nuestro derecho ahora recibir el Espíritu Santo. El don del Espíritu Santo se otorga mediante la imposición de manos. Con ese don viene el derecho de recibir revelación, guía, luz, y verdad del Espíritu. El profeta José Smith dijo: "Ningún hombre puede recibir el Espíritu Santo sin recibir revelaciones. El Espíritu Santo es un revelador." (Enseñanzas del Profeta José Smith, p. 405.)
IV
El Espíritu Santo concede dones y privilegios, y a los fieles da talentos espirituales especiales. "No a todos se da cada uno de los dones; pues hay muchos dones", pero ''a todo hombre le es dado un don por el Espíritu de Dios", y a todos se nos aconseja buscar diligentemente los mejores dones, "recordando siempre para que son dados". (d. y C. 46:8-11.)
V
Todas las bendiciones espirituales se basan en la obediencia a determinadas leyes. (D. y C. 130:20, 21.) El que cumple la ley recibe la bendición. Por lo tanto, el Señor ha dicho que El está
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obligado cuando hacemos lo que nos dice, pero cuando fallamos en hacerlo, no tenemos ninguna promesa. (D. y C. 82:10.)
VI
En la esfera de las cosas espirituales los límites los fija el individuo. Y este principio se aplica a todos los atributos de santidad. La espiritualidad no es un oficio. La fe no es un oficio. El conocimiento no es un oficio. La sabiduría no es un oficio. Los atributos de santidad no dependen de los llamamientos a servir, ni están necesariamente asociados con la edad, ni pertenecen exclusivamente a los hombres, o a las mujeres. La fuerza espiritual viene por las obras de justicia.
VIl
Se ha dado a los hombres ¡a capacidad de hacer mucho bien y efectuar mucha justicia. Al grado que lo hagan, "de ninguna manera perderán su recompensa". (D. y C. 58:27, 28.)

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